parte II

Pero las excusas... Cambiar de tema es fácil cuando ambos saben que es necesario. Es menester para buenos conversadores el hecho de que, cuando se sabe que todo está dicho, que no valen la pena las réplicas y que el contunuar ese camino sólo lleva a la ruina (ruina amorosa, ruina financiera, ruina diplomática, ruina de una lluviosa tarde de café), se cambie de tema. Lo sabía ella, que era toda una señorita, que sabía llevar su juventud, al menos en apariencia, con el porte de quien ha vivido, y lo sabía él, que sabía acompasar su atemporalidad con su juventud. Ninguno admitiría haberse apurado, y nadie, mirándolos, podría incriminarles.
Ambos estaban a la altura de la situación: un cambio de tema era imperioso, una salida elegante a tanto diluvio de verbo, a tanto anuncio de diluvio. Los temas se agotaban simultáneamente en la mente de ambos; cómo iban a hablar del clima, cómo iban a hablar de fútbol, cómo iban a hablar de política. Cómo iban a hablar de música, de libros, de cine, si detrás de cada recuerdo, de cada anécdota banal se escondía la sombra del discurso anterior, a ellos, que tanto cine, que tanta melodía y que tanta palabra que los... muchas palabras. Ríos de tinta se precisarían para anotarlas, y mares para descifrarlas. Una detrás de la otra, las palabras se constituían en un lenguaje secreto, hermético a otros entendimientos que no fueran los suyos, imposible de descifrar, pero lo descrifraban. Asimismo, la misma palabra cambiaba su significado cada vez pronunciada, cada vez escrita...
En el momento justo, momento breve entre los breves, justo después de que sus miradas se cruzaran, que el intercambio de infinitos fuera efectivo, justo después de un mar de barroquismos innecesarios, y justo antes de que el silencio incómodo aflorara en la mesa (porque el hecho de que cambiar de tema fuese fácil, no quería decir que fuese automático), justo antes de que ambos estuvieran por rescatar una anéctdota perdida, justo antes acudió la mentira elegante y piadosa. Cuando un tercero (el tercero, pero un tercero al fin) regresó de su prolongada ausencia. La sincronización fue perfecta y un oportuno “comentábamos de lo bravo que iba a estar volver a casa con esta lluvia, y que seguro nos convenía aguantar un rato más acá...” de él (o de ella, no importa) salvó su privacidad, sus infinitos y esa amargura dulce como sólo las amarguras pueden serlo. También produjo, con altura y elegancia, que son cualidades que tanto un caballero como una señorita deben ostentar, el anhelado cambio de tema. El clima, la broma oportuna, las noticias, la anéctdota banal pero interesante y así ad libitum.

posted by Diego @ 10:20 p. m.,

3 Comments:

At 10:40 p. m., Blogger Jimmy said...

justo después de un mar de barroquismos innecesarios
Innecesarios siempre, pero nunca dejan de ser hermosos y sobrios.

 
At 10:41 p. m., Blogger Jimmy said...

Ah, olvidaba.
Me gustó bastante, pequeño Borgeano.

 
At 7:12 a. m., Anonymous Anónimo said...

Dieguito, cómo estás?
Me sorprendí a mí misma al recordar con tanta facilidad la direción de tu blog y flog (la rima hace que suene tonto).
Larga vida a Pola.
Besos

 

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